
Lo sé: la fotografía es inquietante. Por un lado uno tiene la sensación de que una bicicleta representa una vida sana y apacible, pedaleando con alegría mientras se maldice a todos los que se meten en el carril bici sin poseer una bici. Pero en el reverso tenebroso encontramos la verdadera razón del transporte: un almacén clandestino de bebidas espirituosas que posee incluso una especie de barra de bar y dos individuos con actitud suficiente para ser potenciales borrachos de barra, aunque no sabemos si vienen con la bici o pertenecen al parque.
Es, por decirlo de alguna forma, el equivalente a los maleteros de los coches una vez se han puesto en formato botellón; por una noche dejan de albergar el chaleco reflectante y los gallos de pelea y se dedican a servir felicidad líquida a todo el que se acerque.
No sabemos quién ha sido el artífice de esta joya de la ingeniería sobre dos ruedas, y tampoco sabemos si usa la bicicleta como bar móvil o si es para consumo propio. Parece más lo segundo, pero la primera opción no me disgustaría demasiado. Hay poca variedad, pero todos sabemos que la exquisitez en el alcohol dura dos copas.
Y no, yo tampoco sé por qué hay un tipo con una "x" pintada en el dedo. No sé qué tesoros se pueden esconder ahí.